los esquimales bailan con beirut y no le tienen miedo a la oscuridad





abrir las puertas de par en par y dejarte entrar.
ventilar todo como si fuera el último día de verano y ya después que no importen las músicas que se escuchen a lo lejos. si se bailan con zapatos rojos que suenen fuerte en el mármol frío de mi comedor, vamos a estar bien.
repito, vamos a estar bien.
ya me sentaré en el sillón más mullido del planeta y miraré por la ventana de vidrios de colores, se van a formar flores con todos los pigmentos y va a parecer que las tengo en mi boca, como si las estuviera saboreando con el pensamiento insensato, lleno de rosas y violetas violentos y verdes de verano que ya estalló.
vamos a estar bien.
con medias a rayas, con sacos en la cabeza, con rulos indomables, con ojos redondos atónitos míos y tuyos y de todos, con esa extraña sensación que deja el agua caliente cuando corre por las manos durante algunos minutos: todo empieza a latir y los dedos se ponen rojos de furia y es como si fueran a explotar, como si se quejaran del agua maldita, pero la sonrisa siempre es más grande que todos esos estallidos a lo lejos, y hasta llegan a tapar el ruido de los tacos que bailan al azar, que juegan a ser grandes por un rato, que te atrapan y luego no te quieren dejar ir porque el egoísmo es...

vamos a estar bien.

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el perfume de la abuela viaja a toda velocidad y lo empaña, se impregna y lo empaña.
y a mi alrededor solo sollozos sostenidos de los que nunca hablan, pero no saben callar.

pecado